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El Sur mira al Este: una arquitectura multipolar que se construye a trazo firme

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El Sur mira al Este: una arquitectura multipolar que se construye a trazo firme

La IV Reunión Ministerial del Foro Celac-China, celebrada en Pekín, no fue un mero gesto diplomático ni una fotografía de cortesía para las crónicas internacionales. Fue, más bien, la expresión concreta del reordenamiento del sistema internacional, donde América Latina y el Caribe comienzan a abandonar el rol periférico que les fue impuesto durante siglos por las estructuras coloniales, y más tarde por el orden imperialista global, consolidando, una vez más, su papel protagónico en la construcción de una nueva arquitectura para las relaciones internacionales, tanto políticas y diplomáticas como comerciales.

En un momento de crisis profunda del modelo unipolar, marcado por el agotamiento de la hegemonía estadounidense y europea, el fortalecimiento del vínculo entre China y la Celac se proyecta como una apuesta estratégica. Esta cumbre no es solo cifras económicas resonantes; sino que refleja una voluntad política clara: la construcción de unas relaciones internacionales basadas en el respeto y la cooperación, y no en la dependencia y las amenazas de castigo.

De hecho, la propia creación del Foro Celac-China en 2014 fue ya un primer paso en esa dirección. Su nacimiento no puede leerse como una anécdota diplomática: fue contemporáneo al golpe de Estado del Euromaidán en Ucrania, al rediseño militar de la OTAN impulsado por Barack Obama, que fijaba su objetivo en Asia y exigía a sus socios europeos un mayor compromiso de gasto para mantener la estructura atlántica, y también, fue coetáneo a un ciclo de resistencia que tomaba fuerza en América Latina. En 2014 se reafirmaban espacios autónomos como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (Alba) y la propia Celac. En paralelo, China expandía su iniciativa de la Franja y la Ruta, ofreciendo al Sur Global una ruta distinta, sin tutelajes ni imposiciones.

En ese sentido, este foro nacía como un instrumento político que buscaba torcer el brazo a la dependencia, un espacio de construcción desde el Sur. Los resultados son evidentes: una década más tarde, el comercio entre China y América Latina supera los 500.000 millones de dólares. Pero más importante aún: se ha institucionalizado una relación que no nace del dominio, sino de la necesidad mutua y la voluntad política de los pueblos.

El comercio entre China y América Latina supera los 500.000 millones de dólares. Pero más importante aún: se ha institucionalizado una relación que no nace del dominio, sino de la necesidad mutua y la voluntad política de los pueblos.

Por otro lado, la cumbre de 2025 ha tenido lugar en medio de una coyuntura muy específica: la guerra comercial desatada por Estados Unidos. Una guerra sin misiles, pero con consecuencias devastadoras, donde los aranceles y las sanciones se han convertido en armas de coerción global. Frente a esa ofensiva, China no retrocedió. Respondió con firmeza, con estrategias de integración regional, con alianzas Sur-Sur y con inversiones en soberanía tecnológica. Fue en ese contexto que la Celac llegó a Pekín no como espectadora, sino como protagonista.

Así, se anunciaron nuevos acuerdos: una línea de crédito por más de 9.000 millones de dólares para infraestructuras, energía limpia y digitalización; un Plan de Acción Conjunto 2025-2027; y compromisos en áreas sensibles como la inteligencia artificial y la ciberseguridad. Pero lo que marcó la reunión fue un gesto político de gran calado: la firma por parte de Colombia de un plan de cooperación con la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Un hecho que, aunque no suponga una adhesión formal vinculante, representa una decisión estratégica de reposicionamiento. Colombia, históricamente alineada con el imperialismo estadounidense, comienza a buscar otras coordenadas. Bajo el gobierno de Gustavo Petro, el país ha sostenido una política exterior independiente, señalando el papel de Occidente en la destrucción del derecho internacional, denunciando el uso político del fenómeno migratorio y alzando la voz sobre Palestina o Ucrania, incluso cuando eso supone romper con los consensos impuestos por el relato occidental.

Lo que se expresó en Pekín no es un simple encuentro multilateral. Es la manifestación de un tiempo nuevo. Un tiempo en que el Sur Global comienza a mirarse a sí mismo con dignidad.

Ahora bien, el escenario no es homogéneo. Las relaciones bilaterales entre los países latinoamericanos y China revelan una geografía en disputa. Brasil ha profundizado su papel como socio estratégico, con una diplomacia que conjuga intereses comunes y visión compartida del multilateralismo.

Chile, por su parte, avanza en consolidar su vínculo a través del comercio de minerales estratégicos y transferencia tecnológica. Venezuela, asediada y sancionada, mantiene una relación sólida y valiente con el gigante asiático, basada en el principio de soberanía. En cambio, Argentina —bajo un gobierno que repite los manuales de privatización y despojo ya conocidos— decidió no participar plenamente en la cumbre ni firmar la Declaración de Pekín. Un gesto que no pasa desapercibido y que marca un nuevo retroceso grave en la nación suramericana, también en su política exterior. Por su parte, Costa Rica asistió, pero rechazó un párrafo clave del documento final: aquel que condena las sanciones unilaterales y defiende el derecho de los pueblos a decidir su modelo político sin amenazas externas. Su no adhesión, argumentado con vaguedades, es una señal clara del sometimiento que aún persiste a los intereses de Washington, que ha hecho del castigo económico una forma de neocolonialismo.

El caso de México merece un análisis distinto. Desde la firma del Tratado de Libre Comercio en 1994, el país ha sido absorbido por el mercado estadounidense. Hoy, bajo el marco del T-MEC, la dependencia es estructural. Pero no es solo una cuestión de macroeconomía. La frontera con Estados Unidos es una herida abierta. Un territorio donde el racismo se administra desde las aduanas, donde la pobreza se gestiona con muros, y donde la soberanía se diluye entre tratados y amenazas. Un caldo de cultivo también para los grupos al margen de la ley que son usados como excusa para una intervención constante del vecino del norte en el territorio soberano de su vecino del sur.

En este especial contexto, como afirma el dicho popular "tan lejos de dios, tan cerca de los Estados Unidos", México ha optado por una relación pragmática con China, pero sin asumir un liderazgo regional en el proceso de ruptura con el viejo orden. La frontera marca demasiados límites, pero la historia sigue adelante y los gobiernos populares de la Cuarta Transformación son muy conscientes de ello.

En ese sentido, podemos afirmar que lo que se expresó en Pekín no es un simple encuentro multilateral. Es la manifestación de un tiempo nuevo. Un tiempo en que el Sur Global comienza a mirarse a sí mismo con dignidad. Donde las alianzas no se construyen desde la obediencia, sino desde la convicción de que otras relaciones internacionales no solo son necesarias, sino que son posibles.

Frente al chantaje del dólar, frente a los bombardeos narrativos de los grandes medios, frente a la diplomacia de las bases militares, los pueblos han empezado a construir una nueva arquitectura internacional. Y en esa arquitectura, el Foro Celac-China es uno de los pilares fundacionales. No se trata solo de equilibrio geopolítico. Se trata de justicia histórica. De romper el guion. De escribir, por fin, con letra propia, el destino de los pueblos.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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