La reciente visita del príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salmán, a Washington, la primera en siete años, significó un giro profundo en la relación entre ambos países, y mostró que EE.UU. ya no puede tratar al reino desde una posición de dominio absoluto, sino únicamente desde una ventaja relativa, opina el presidente del Centro de Estudios de Oriente Medio de Moscú, Murad Sadygzade, en un artículo para RT.
"Un nuevo capítulo"
La reunión de noviembre resultó ser muy fructífera: EE.UU. otorgó a Arabia Saudita el estatus de aliado principal no perteneciente a la OTAN, abrió la puerta a suministros avanzados al reino, como los F-35, en el marco de un acuerdo de defensa estratégica y acordó cooperaciones clave en energía, en el ámbito nuclear civil, así como minerales críticos, chips e inteligencia artificial. A cambio, Riad anunció inversiones masivas en territorio estadounidense por cientos de miles de millones de dólares.
Este paquete marcó el inicio de un "nuevo capítulo" en las relaciones entre Washington y Riad, muy distinto del clima de apenas unos años atrás, cuando el presidente de EE.UU., Joe Biden, había calificado a Arabia Saudita de "país paria", las relaciones con el reino estaban bajo revisión y la venta de armas a uno de los aliados más cercanos de EE.UU. en Oriente Medio se había suspendido.
Estrategia multivectorial de Riad
Mientras tanto, al menos desde 2016, Riad ha estado explotando activamente su margen de maniobra mediante vínculos con Rusia, China y varios actores regionales.
"Paso a paso, el reino árabe ha construido una relación especial con Moscú a través del formato OPEP+, la coordinación de la política petrolera y el diálogo sobre Siria y otras cuestiones regionales. Al mismo tiempo, se ha acercado más a Pekín, culminando con la mediación china en el acercamiento saudí-iraní de 2023. Recientes entendimientos en materia de defensa con Pakistán completan el panorama, creando otro pilar de seguro fuera del paraguas estadounidense", señala el analista.
En su opinión, esta estrategia multivectorial permite a Riad ya no depender "exclusivamente de EE.UU. como garante de seguridad", mientras que la ausencia de un tratado formal de defensa mutua le permite al reino seguir equilibrando entre grandes potencias después de haber obtenido de Washington "casi todo lo que deseaba" sin ofrecer compromisos plenos con Israel ni concesiones significativas a los palestinos.
Los "viejos modelos" de Occidente ya no funcionan
Sadygzade señala que desde mediados de la década de 2000, Riad "ha evolucionado de un aliado relativamente dependiente a un centro de poder autónomo" y, desde una perspectiva regional y global, este enfoque multidimensional conlleva consecuencias de gran alcance: para Occidente, la creciente autonomía de los actores no occidentales significa que los viejos modelos de influencia basados en la presión económica, las bases militares y las pretensiones de liderazgo moral ya no funcionan.
"Washington se ve obligado a negociar cada vez más desde una posición no de dominio absoluto, sino de ventaja relativa", asevera.
Mientras, Arabia Saudita —con sus vastas reservas de petróleo, fondos soberanos de inversión, ambiciosa agenda de modernización y su papel fundamental en el mundo islámico— "sabe cómo aprovechar este entorno".
"Riad puede aceptar ofertas estadounidenses y firmar acuerdos lucrativos, pero aún se reserva el derecho de profundizar lazos con Moscú y Pekín, ampliar la cooperación con socios asiáticos y musulmanes y formar nuevas coaliciones regionales", sostiene el analista.
Este estilo de diplomacia está consolidando gradualmente la posición de Arabia Saudita "no solo como un aliado importante, sino también como un líder independiente capaz de definir las reglas del juego", mientras "la influencia estadounidense persiste, pero ya no como una vertical rígida de poder", sino "un elemento más de un complejo mosaico en el que los centros de gravedad no occidentales tienen cada vez más confianza en establecer sus propios términos".



