
El calvario de Natascha Kampusch, la niña que pasó 8 años cautiva de un fanático de Hitler

Uno de los casos más conocidos de secuestro en la década del 2000 en Austria fue el de Elisabeth Fritzl, que pasó 24 años encerrada en el sótano de su casa, raptada por su padre, con el que tuvo siete hijos producto de las constantes violaciones, y encontrada en el 2008. Sin embargo, 2 años antes, una joven de 18 años, llamada Natascha Kampusch, fue vista corriendo desesperada en las cercanías de Viena, tras haber estado cautiva en condiciones también estremecedoras por casi una década.
Secuestro a plena luz del día
Natascha Kampusch nació el 17 de febrero de 1988 en un barrio de viviendas sociales a las afueras de Viena, marcado por la marginalidad. Durante su niñez sus padres, que estaban separados, la abofeteaban e insultaban, lo que la llevó en ocasiones a fantasear con quitarse la vida.
En medio de esa infancia turbulenta, el 2 de marzo de 1998, con 10 años, Natascha convenció a su madre de que la dejara ir caminando sola a la escuela, "quería demostrarles no solo a mis padres, sino también a mí misma, que ya no era una niña pequeña", relató años después. Sin embargo, aquel día que tanto había esperado, dio un giro drástico cuando una furgoneta, conducida por Wolfgang Priklopil, de 36 años, se cruzó en su camino. En apenas unos segundos y sin decir una palabra, el hombre la arrastró al interior. Su vida cambió para siempre.

El secuestrador, un técnico en comunicaciones, la llevó a su vivienda en el suburbio de Strasshof, donde la encerró en una habitación secreta, ubicada en un sótano bajo una trampilla camuflada en el garaje y protegida por una puerta de acero y hormigón. En los siguientes 8 años, esa pequeña celda insonorizada se convirtió en su nuevo hogar. "Ya me has visto la cara. Ahora no podré dejarte ir", le dijo el agresor.
Tras informes de testigos que vieron a una niña ser arrastrada a una miniván blanca, las autoridades centraron su búsqueda en interrogar a los propietarios de esos vehículos en la zona. La Policía incluso visitó e interrogó a Priklopil, pero aceptaron la coartada que ofreció y lo descartaron como sospechoso.
Escalofriante alternancia entre benevolencia y dominación

Durante los primeros meses de cautiverio, Priklopil adoptó una actitud aparentemente afectuosa con Natascha. Ella le pedía que la arropara, le leyera cuentos y le diera un beso de buenas noches, peticiones que él complacía para ganar su confianza. Incluso le hacía obsequios, se encargaba de su educación y le permitía ver televisión y escuchar la radio. Después de 6 meses en las profundidades del sótano, se le permitió salir de su habitación en el día y caminar por la casa.
No obstante, Priklopil ejercía un control absoluto sobre cada aspecto de la vida de la niña: le gritaba órdenes a través de un intercomunicador y le exigía que lo tratara como un dios. Al llegar a la adolescencia, la menor empezó a mostrar signos de rebeldía y se negó a seguir sus instrucciones.
Priklopil abandonó su fachada paternal y las condiciones de la niña empeoraron. El agresor la obligó a limpiar y ayudar con las renovaciones de su casa como si fuese una esclava. Además, comenzó a golpearla con persistencia y violencia, negándole comida, manteniéndola en la oscuridad durante largos periodos y forzándola a limpiar la vivienda semidesnuda. La víctima también denunció abusos sexuales, pero indicó que eran "menores". Años después, relató a los medios que su captor admiraba a Adolf Hitler y quería que ella se sintiera como una víctima de los nazis.
La violencia física y psicológica continuó a lo largo de los años siguientes y en una ocasión la joven intentó suicidarse con una aguja de tejer. En medio de tanta agresión, Priklopil tenía momentos en que se arrepentía de su comportamiento, le pedía perdón e incluso la llevaba a esquiar o a lugares públicos, aunque bajo constante vigilancia y amenazas. Esta alternancia entre benevolencia y dominación mantenía a la niña en un estado de desesperación y confusión.

Fuga y trágico final del captor
Durante los años que pasó cautiva, Natascha tenía miedo de huir y advertir sobre su situación a los desconocidos que se cruzaba. Cuando cumplió 18 años su actitud cambió por completo y un día enfrentó a su captor y le dijo: "Nos has creado una situación de la que solo uno de nosotros puede salir con vida. Te estoy muy agradecida por no matarme y por cuidarme tan bien. Pero no puedes obligarme a quedarme contigo. Esta situación debe terminar". A continuación, cerró los ojos, esperando una paliza, pero los abrió y vio al hombre en un estado de tristeza y derrota.
Mientras tanto, Priklopil, al darse cuenta de que había escapado, se suicidó arrojándose bajo un tren esa misma noche, luego de confesar todo lo que había hecho a un amigo cercano.
Posible síndrome de Estocolmo
Cuando Natascha se enteró de la muerte de su captor se echó a llorar desconsoladamente, según los reportes policiales y le encendió una vela en la morgue. "Cada vez siento más pena por él; es un pobre diablo", manifestó posteriormente, aunque remarcó que lo considera un "criminal".
La mencionada actitud llevó a la opinión pública a pensar que la víctima padecía de un posible síndrome de Estocolmo, una etiqueta que, según ella, pretendía negarle la capacidad de juzgar sus propias experiencias. "Me parece muy natural que te adaptes a identificarte con tu secuestrador", explicó. "Buscar la normalidad en el contexto de un delito no es un síndrome. Es una estrategia de supervivencia", agregó.
2 años después de su liberación, la joven compró la casa de Priklopil, argumentando que prefería adquirirla para cuidar de ella y evitar que sea vandalizada. Desde entonces, ha escrito varios libros, entre ellos '3.096 días', que luego fue adaptado al cine.

